Resumen-Vídeo del Pregón
VÍDEO DE LA ACTUACIÓN MUSICAL
A continuación el texto del Pregón :
PREGÓN DE SEMANA SANTA DE ARUCAS 2012
Saludo:
Agradezco cordialmente a los miembros
de la Tertulia “P. Marcelino Quintana”, la confianza depositada en mí para pronunciar
el pregón de esta Semana Santa…
He de reconocer, que cuando me lo
propuso Pedro Cardona, me sorprendí, y pensé ¿cómo voy a pregonar la Semana Santa de
Arucas sin ser de Arucas? Parece que los pregones se encargan a hijos de la
ciudad…, pero les confieso que acepte por el cariño que le tengo a Arucas, a
través de buenos amigos de hace muchos años, desde mi juventud estoy vinculada
a esta ciudad. En ella he disfrutado de su encanto arquitectónico y de sus
bellezas naturales, he disfrutado con amigos, he cantado, he celebrado, he
reído y he llorado al despedirme de personas muy queridas que ya no están entre
nosotros.
CAMINO HACIA LA PASCUA
Semana Santa, para unos, tiempo de
vacaciones, ocio, tiempo libre, o una simple fiesta de primavera… pero, para
los que hoy aquí estamos, ¿Qué es la Semana Santa?
Para los creyentes la esencia de la Semana Santa es el
momento de conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo Hijo de Dios hecho
hombre. Por Él y sólo por Él, es por lo que llamamos a estos días Semana Santa.
Es una semana repleta de emociones,
de nostalgia, de oración, de recuerdos, pero sobre todo de vivencias. Vivencias
humanas que giran alrededor de Cristo, de su madre, de nuestra parroquia, de
todo el entramado religioso, social, antropológico y artístico que conforman la Semana Santa. Vivencias
experimentadas alrededor de los pasos, expresiones plásticas de lo celebrado en
la liturgia, y del arte de imagineros que como Manolo Ramos, a través de su
Cristo Yacente o Cristo de la buena muerte, ha sabido trasmitir a tantas
generaciones, con su arte hecho imagen, el profundo espesor del sufrimiento y
la muerte fecunda. Impresionante paso, que sobrecoge a todos los que lo
contemplamos, y que al son de tambores nos introduce solo con mirarlo en un
ámbito sagrado, trascendente y conecta con nuestras más profundas experiencias
de compasión, misericordia y desconsuelo…
Vivencias que desde la infancia se
van fraguando, y que se van quedando como
algo propio, personal, que se graban en lo más profundo del corazón. Vivencias…
tambores, música, trompetas; olores, incienso, flores, mantillas, capuchinos,
luto riguroso. Los pasos paulatinamente nos recordaban que algo muy importante
acontecía…
Y… esta tarde estoy aquí, en este magnífico
marco, uno de los pocos ejemplos de la arquitectura neogótica tardía existentes
en Canarias, donde la verticalidad que se potencia en su arquitectura, parece
que nos indica la trascendencia, y nos remite al ámbito de lo sagrado. El uso
de la piedra y la luz, la profusión de detalles ornamentales en fachadas torres
y ventanales. Sus vidrieras, piezas de gran belleza, nos muestran pasajes de la
Biblia, distintas advocaciones de María, santos y mártires, motivos florales,
geométricos y simbólicos… El uso de la cantería, de esta piedra azul o piedra
de Arucas, seña de identidad en casi todas las edificaciones calles y plazas,
nos hace recordar a los que trabajaron en su construcción, en especial en el
oficio de la piedra: maestros de obra, tallistas, labrantes, entalladores,
cabuqueros etc. Su trabajo y esfuerzo transformaron la piedra de Arucas en
oración, en mirada trascendente que apunta hacia otra realidad que de alguna
manera hoy nos convoca y nos remite a otra dimensión.
Todo lo dicho, da la impronta a este
templo, conocido popularmente como “La Catedral de Arucas”, marco incomparable,
que nos ayuda como reza la tradición dominicana de Domingo de Guzmán, “a hablar
con Dios de los demás y a los demás
hablar de Dios”.
Y para eso, estoy aquí, en la Iglesia
de San Juan Bautista entre ustedes para proclamar solemnemente el anuncio de la llegada de una nueva Semana
Santa, la Semana Santa
de Arucas 2012 y por tanto, para
hablarles de Dios.
Anunciar esta semana, que denominamos
Santa, supone proclamar el MISTERIO de la Pasión, Muerte y Resurrección de
Nuestro Señor Jesucristo.
Los Hechos que conmemoramos los conocemos, todos los años nos acercamos a
ellos, en una pedagogía sin fin que nuestra Iglesia nos ofrece como si quisiera
que los fuéramos asimilando poco a poco, el MISTERIO DE DIOS, como el buen
vino, hay que decantarlo reposarlo saborearlo con paciencia y profundidad, en
compañía, en comunidad.
Y es precisamente en el concepto de
MISTERIO, donde tenemos la clave para entender y comprender el mensaje que
Jesucristo nos comunica a través de lo acontecido en lo que llamamos Semana
Santa. Pues contrariamente a lo que
muchas veces se piensa, el misterio no es una verdad oculta a la que no podemos
acercarnos. En el termino misterio, hemos de ser capaces de encontrarnos en
persona con Cristo, ya que Él, y sólo Él, constituye el punto central de
nuestra fe cristiana.
Al comenzar
su última semana, una semana que Jesús no iba a terminar y que, sin embargo,
sería la más larga de su vida, el clima en torno a Él se enrarecía de día en
día. Los responsables religiosos de la nación le hacían vigilar, con la
esperanza de encontrar en sus palabras o en sus obras nuevos motivos de
acusación. Aguardaban la ocasión favorable para arrestarlo sin que se
amotinaran las masas que acudían gustosas a escucharle. Es cierto que aún
estaba a tiempo de “escurrir el bulto”, volver a su casa, renunciar a toda
actividad y dejar transcurrir el tiempo apaciblemente: todavía era joven y
tenía toda la vida por delante. Pero ya había tomado una decisión y, a pesar de
la angustia que en algunos momentos
atenazaba su alma, estaba firmemente decidido a cumplir su misión hasta
el final, y afrontar, si era preciso, la muerte. Por eso al acercarse la Pascua, tomó
valientemente el camino de Jerusalén, acompañado de sus discípulos.
“La
primavera estaba en todo su esplendor: las amapolas teñían de rojo las suaves
colinas, los almendros en flor difundían su penetrante aroma. Los trinos de las
aves llenaban el aire, y en los caseríos y en las aldeas los niños,
despreocupados de todo, se divertían jugando. La gente se preparaba para
celebrar la Pascua en recuerdo de la liberación de Israel de la esclavitud de
Egipto. Todo invitaba a vivir y a ser feliz”. (Eloi Leclerc)
En
cabeza del pequeño grupo, Jesús caminaba orando y meditando.
En pocos
días, sería arrestado, condenado, colgado de un madero, espantosamente torturado
y expuesto, en la más absoluta desnudez, a las burlas de todos. Iba a morir como
un impío, por cumplir y ser fiel a la voluntad del Padre. Ése fue el destino al
que llegó en aquella luminosa primavera. Y todo por haber querido dar a conocer
al mundo, la ternura del Padre.
Sin
embargo, todo había comenzado con el alegre anuncio del Reino a orillas del
lago. Una experiencia maravillosa. Dios se había acercado a los hombres como
nunca lo había hecho, y Jesús, depositario de la revelación directa de esta cercanía
divina, había querido compartirla con su pueblo como una inmensa dicha y una
gran promesa de libertad.
Todos
estaban invitados al banquete mesiánico, del que nadie quedaba excluido. El
Reino se ofrecía gratuitamente incluso a los más alejados y a los más indignos.
Tal había sido la Buena
Nueva en su frescor original. Y en apoyo a su palabra, Jesús
había multiplicado los gestos de bondad y de perdón. El pueblo lo había
escuchado y seguido con entusiasmo, y la multitud se agolpaba a su paso, como
si de una verdadera fiesta se tratara, para oírle y aclamarlo.
Pero la
exaltación de los comienzos se había venido abajo muy pronto. Jesús se negaba a
ser el mesías nacional que algunos esperaban. Por otra parte, se tomaba
demasiadas libertades con las observancias legales. Y lo que era más grave aun,
no podía anunciar la ternura del Padre sin implicarse a sí mismo, sin apelar a
la fe en su persona y en el misterio que le habitaba. Se había presentado como
aquel a quien el Padre se lo había confiado todo y que disponía del Reino con
absoluta autoridad.
Todo
esto le había granjeado la hostilidad y el rechazo radical por parte de las
autoridades religiosas, que le habían acusado de blasfemo. ¿Acaso no usurpaba
el lugar de Dios? Y como seguía seduciendo a las masas con sus milagros, era
preciso hacerle callar a toda costa; había que eliminarlo; había que infligirle
la muerte de los impíos, de los malditos. Y al verle de ese modo abandonado por
Dios, su engaño sería manifiesto y reconocido por todos.
Jesús
caminaba hacia Jerusalén confiando su causa al Padre. Nadie ha interpretado
mejor que el evangelista Juan el diálogo íntimo de Jesús con su Padre mientras
se acercaba la hora fatal:
“Ahora mi alma está turbada. ¿Y qué diré: Padre, líbrame de esta hora?
¡Pero si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre”. Vino
entonces una voz desde el cielo: “le he glorificado, y de nuevo le glorificaré”
(Jn. 12,27-28).
Como ya
hemos dicho, los acontecimientos de esa semana los conocemos, año tras años los
recordamos. No vamos a redundar en ellos. Sin embargo “después de todas las
explicaciones que puedan darse en el plano exegético y teológico, al final
quizás lo que conviene es dejar que resuene en el silencio interior el gran
interrogante que cae de la cruz con todo su peso de oscuridad y misterio: “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Hay que dejar que resuene ese grito,
ese ¿Por qué?, en la noche humana de Jesús, en su silencio. Sólo entonces
podremos entrever la profundidad con que el Hijo del hombre ha asumido la
condición humana: llegando hasta el fondo de la noche de nuestras dudas, y nuestras
preguntas, hasta el fondo del silencio de Dios. Ese grito sin respuesta le hizo
ser verdaderamente uno de nosotros. En ese instante, también él vivió la relación
con Dios como una especie de ausencia, como nosotros, muchas, muchísimas veces
la vivimos, se unió definitivamente a todos cuantos se debaten en las tinieblas
y descendió a nuestros infiernos. A partir de entonces ya no es posible decir
que no llegó lo bastante abajo como para encontrarse con nosotros, porque no
hay humillación, sufrimiento ni abandono
que él no haya conocido” (Eloi Leclerc).
Un himno popular americano reza:
“¿Estabas allí cuando crucificaron a
mi Señor?
¿Estabas allí cuando le clavaron en
el madero?...
Ninguno de nosotros estaba allí
cuando crucificaron al Señor ni cuando fue depositado en el sepulcro. Si
hubiéramos estado allí no lo hubiéramos permitido, como dijo aquel rey bárbaro cuando
un monje le relataba estos hechos.
Si hubiéramos estado allí, habríamos
gritado la injusticia…
Si hubiéramos estado allí, habríamos
temblado de indignación…
Si hubiéramos estado allí… Pero, si
la verdad es que todos estuvimos allí.
Allí estábamos todos, porque en ese
momento se concentraba toda la historia, para lo bueno y para lo malo. Allí se
concentraba todo el pecado del mundo, el pecado de toda la humanidad de todos
los tiempos. La cruz recoge toda la inhumanidad humana. “La cruz no es
solamente el madero, es la corporificación del odio, de la violencia y del
crimen humano” (L. Boff). Es el pecado. Al cargar con la cruz Cristo cargó con
el pecado: el mío, el tuyo, el de todos.
Por tanto:
Cada vez que cometemos una
injusticia, estábamos allí condenando al Justo. Cada vez que criticamos o
calumniamos al hermano, estamos allí sentenciando al Inocente. Cada vez que
despojamos al pobre con nuestro egoísmo y nuestra insolidaridad, estábamos allí
repartiéndonos sus ropas. Y cada vez que agredimos al indefenso con nuestra
violencia o nuestra prepotencia, estábamos allí; y cada vez que negamos al
prójimo una ayuda, estábamos allí como espectadores fríos e insolidarios.
Siempre que nos comportamos
inhumanamente, estábamos allí.
Aunque también podríamos decirlo a la
inversa, que es Cristo el que está aquí. Cristo se hace presente en todo
hermano que está oprimido, marginado o injustamente condenado; en todo el que
es pobre, débil, explotado o torturado; en todo el que es de un modo u otro
victima de su hermano.
Por todo ello:
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS comporta un “no” rotundo a la
impunidad y a la
violencia. Ni los verdugos, ni los acusadores, ni los
traidores tienen la última palabra. Solo Dios lleva la voz cantante, pues sólo
Él es capaz de dirigir la historia de manera imprevista e insospechada.
La Pascua de Jesús nos muestra otro
mundo, un mundo que comienza justo en los límites de la precariedad de nuestra
existencia; un mundo que abre nuestros ojos a una vida nueva. La Resurrección
es primicia de una vida que nace del perdón, de la misericordia y la reconciliación. Porque
sólo quienes seamos capaces de reconocer el germen de vida futura en medio de
este valle de lagrimas, seremos capaces de recoger la cosecha del reino.
La fiesta cristiana de la Pascua es,
sobre todo, una fiesta de la vida recuperada, de la vida autentica de la
capacidad de mantener la propuesta de Dios por encima de la mezquindad y la
sordidez que imponen ciertas instituciones sociales.
Nos reunimos para proclamar que la
existencia de ese sencillo hombre de Nazaret ilumina y cambia toda la historia
humana. Una historia hecha de violencias interminables, sobre una tierra
sedienta de esperanza en la que despunta permanentemente brotes de solidaridad.
Con la Resurrección, la vida humana
se convierte en una alternativa irrenunciable: la vida es un derecho que no se
negocia; la vida es única y cada existencia tiene un valor infinito. La
sacralidad de la existencia humana se revela como el dato absoluto e inalienable.
Cuando uno vive desde la fe en la Resurrección,
adopta una actitud radical de lucha por la vida y combate contra la muerte. La razón es
sencilla. La fe en la resurrección de Jesús y en la nuestra propia nos descubre
que Dios es alguien que pone la vida donde los hombres ponen muerte, alguien
que genera vida donde nosotros la destruimos.
Es interesante caer en la cuenta de
un aspecto de la Resurrección de Jesús que a veces se olvida: cómo una
trasformación personal, una transformación al interior de un pequeño grupo, es
capaz de cambiar el rumbo de la historia de ese comunidad, de ese grupo. Esto
fue lo que les ocurrió a los discípulos y discípulas de Jesús cuando se
encontraron con una realidad
sorprendente que se les impuso: JESÚS HABÍA RESUCITADO. No era la ocurrencia de
unas mujeres desconsoladas o de algunos discípulos confundidos. Era la potente
experiencia de una comunidad que había descubierto que Jesús les estaba
llamando para continuar la misión de anunciar el Evangelio a los desamparados.
Entonces la Resurrección se convirtió en una experiencia tan desconcertante
como novedosa, una realidad que obligó a toda la comunidad a revisar sus
expectativas y a ponerse de nuevo en camino.
La acción más palpable de la
resurrección de Jesús fue su capacidad de transformar el interior de los discípulos.
Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran
dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del
Maestro. Por eso, quien no había traicionado a Jesús, lo había abandonado a su
suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de
perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores en el perdón mutuo,
en la solidaridad, en la fraternidad, era humanamente imposible. Sin embargo,
la presencia y la fuerza del Resucitado lo logro. Fue como un chorro de vida
que comenzó a fluir por dentro.
Hay una manera de concebir la resurrección de Cristo
que vacía ésta de su sentido. Recuerdo haber leído en un artículo la siguiente
o parecida reflexión: Ya es hora de que vivamos su resurrección, no tanto su
crucifixión. En su gran mayoría los cristianos y los creyentes en Dios ya no
desean la sombra de la cruz que les abruma, sino que quieren creer en un Dios
vivo etc. Pero es que muerte y resurrección son las dos caras de un mismo y
único misterio.
Privilegiar la cruz sobre la
resurrección ha sido un error frecuente en el pasado. Pero no deberíamos caer
en el error contrario. No se puede comprender la Resurrección de Cristo al
margen de la Cruz, porque en el corazón mismo de ésta, emerge su sentido, como algo
esencial a la
experiencia Pascual.
Los cristianos hemos olvidado con
frecuencia algo que los primeros creyentes subrayaron con fuerza: Dios ha
resucitado precisamente al crucificado por los hombres (Hch 2, 23-34; 3, 13-15;
4, 10 etc.). El Resucitado lleva las llagas del crucificado (Lc 24,40; Jn
20,20).
Los apóstoles no anuncian una
resurrección abstracta, sino muy concreta: la de aquel hombre llamado Jesús, a
quien las autoridades civiles y religiosas habían rechazado, excomulgado y
condenado, EL CRUCIFICADO ES EL RESUCITADO.
Creer en la resurrección de Jesús es
sobre todo creer que su palabra, su proyecto y su causa, EL REINO, expresan el
valor fundamental de nuestra vida.
Creer en Jesús en este Occidente
“cristiano”, donde la noticia de su Resurrección ya no irrita a tantos que invocan
su nombre para justificar incluso las actitudes contrarias a las que tuvo Él,
implica descubrir al Jesús histórico y el sentido de su Resurrección.
El presente y el futuro de la
Humanidad se está construyendo bajo un signo muy preciso: el de la globalización. Este
vocablo, es algo que nos suena a todos aunque no sepamos ni precisarlo ni
juzgarlo ni entenderlo en toda su extensión e importancia. Muchos nos
preguntamos qué representa ese término, qué es, a qué se refiere y sobre todo
cuáles son ya o cuáles serán en un futuro inmediato sus consecuencias.
Hasta ahora la globalización que
conocemos es solamente de un signo: el económico, pero observamos que perduran
las desigualdades sociales, las guerras etc. La realidad que vivimos nos lo
hace ver. Nadie sabe qué nos espera y de qué manera afectará todo esto a la
relaciones humanas, quizá por ello debemos preguntarnos si el incremento de la
información unido a una inmensa capacidad de comunicación global, puede
conducirnos a una mayor sensibilización ante los problemas comunes de todas las
personas y si todo ese potencial acabará siendo una ayuda real para los más
desfavorecidos o por el contrario las consecuencias sean más nefastas todavía
que la realidad actual. Hasta ahora y desde hace muchos años yo diría que desde
siempre, están globalizadas dos cosas terribles: la pobreza y la guerra, no hay
más que echar una somera mirada a los medios de comunicación cada día, para
comprobar que es cierto lo que digo. Parece como si hubiera una intencionalidad
en globalizar el horror y la muerte.
Lo que si hemos de globalizar es el
amor a todo hombre o mujer que sufre y muere aunque ese sufrimiento y esa
muerte estén lejos de donde nosotros residimos y aunque, el color de la piel e
incluso su religión sea distinta a la nuestra.
En el mundo de hoy no podemos
simplemente condenar y reprobar, no debemos solamente censurar y criticar, y
quedarnos quietos, inactivos, pues eso sería otorgar, condescender, acomodarnos
a lo fácil. Quien no hace nada por cambiar este mundo, no cree en otro mejor.
Quien no hace nada por desterrar la violencia, no cree ni busca una sociedad
más fraterna. Quien no lucha contra la injusticia, no cree en un mundo más
justo. Quien no trabaja por liberar al ser humano del sufrimiento, no cree en
un mundo nuevo y feliz. Quien no hace nada por cambiar y transforma la tierra,
no cree en el cielo. “Los creyentes hemos de demostrar que nuestra esperanza en
la Resurrección es algo más que cultivar un optimismo barato en la esperanza de
un final feliz” (H. Küng)
Creyendo con esa fe, las “cosas de
arriba” y las de la tierra no son ya dos direcciones opuestas, ni siquiera
distintas. Las “cosas de arriba” son la tierra Nueva que está injertada ya aquí abajo.
Hay que hacerla nacer en el doloroso parto de la Historia, sabiendo que nunca
será fruto de nuestra planificación sino don gratuito de aquel que Vive:
JESUCRISTO. Buscar las cosas de arriba no es esperar pasivamente que suene la
hora escatológica (que sonó en la Resurrección de Jesús) sino hacer realidad en
nuestro mundo el Reinado del Resucitado y su Causa: Reinado de Vida, de
Justicia, de amor y de Paz.
Termino con unas palabras de R.H. Alves
que pueden ser interpeladoras para toda persona que busca horadamente un
sentido último al misterio del ser humano: ¿Qué es la Esperanza? “Es el
presentimiento de que la imaginación es más real y la realidad menos real de lo
que parece. Es la sensación de que la última palabra no es para la brutalidad
de los hechos que oprimen y reprimen. Es la sospecha de que la realidad es
mucho más compleja de lo que nos quiere hacer creer el realismo, que las
fronteras de lo posible no están determinadas por los límites del presente y
que, de un modo milagroso e inesperado, la vida está preparando un evento
creativo que abrirá el camino hacia la libertad y hacia la resurrección”.
Para los cristianos, este
presentimiento y esta sospecha se hace FE FIRME y ESPERANZADA en el encuentro
con el RESUCITADO. Dios nos ha aceptado a los seres humanos tan profundamente,
y nos ama tan entrañablemente que nos quiere encontrar por toda la eternidad en
su HIJO JESUCRISTO NUESTRO SALVADOR.
Que El Señor sea nuestro compañero de
camino en estos días y siempre.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!